Cuando entraba en él, me parecía otro mundo: sus pequeños seres, su magia, su alegría, su fantasía, sus risas... Allí supe que existían los Milagros.
Me senté a reflexionar y a admirar los grandes misterios de la vida. Todo lo que por delante de mí pasaba, hacía que mi mando vibrara aún más en un sentimiento de felicidad, que me paralizaba y de cabeza me introducía en un profundo e inexplicable pensar acerca de mi vida. Preguntándome el por qué me producía una agonía lenta y severa.