A Ramón Gaya, precoz desde su niñez, siempre se le ha visto acompañado de mayores; de ahí que algunos lo hayan situado como miembro de la Generación del 27, pero ni cronológicamente ni en su espíritu está ahí bien acomodado. Yo creo que si alguien merece no tener generación poética es él, y es justo que esto ocurra en quien pictóricamente no ha tenido siglo, a pesar de pertenecer a su tiempo con tan ejemplar legitimidad. Al poeta Gaya le ocurre lo que al pintor de su nombre, que ni es joven ni es antiguo; sencillamente, "es". Un hombre, con tan sólida encarnadura temporal, de tan insólita reciedumbre, que ante su obra nos sentimos, sin ningún esfuerzo de nuestra parte, más intensos; es decir, más vivos.
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