«Vienen días ?oráculo del Señor? en que enviaré hambre al país: no hambre de pan, ni sed de agua, sino de escuchar las palabras del Señor» (Am 8,11). Sugieren estas palabras del profeta Amós que a Dios no hay que pedirle solo «el pan de cada día», sino «el hambre de cada día», hambre de la Palabra de Dios, porque «no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios» (Mt 4,4). El hambre que sació la pasión de otro profeta: «Si encontraba tus palabras las devoraba; tus palabras me servían de gozo, eran la alegría de mi corazón» (Jer 15,16). ¿Dónde están hoy ese hambre y esa pasión por la palabra de Dios? Los comentarios al Ciclo B de la liturgia dominical quieren ayudar para que en la mesa del Día del Señor sirvamos y degustemos del pan de la palabra, convirtiéndonos en buscadores apasionados de unas palabras que «son espíritu y vida» (Jn 6,63).