Bienvenidos a los diarios de Beatriz Navas, una madrileña que ha cumplido catorce años en 1992. Sus padres están divorciados, y en su colegio privado esto no está bien visto. Beatriz saca buenas notas y es popular entre sus amigas. Además, sale, bebe un montón y se enrolla con los chicos que le gustan. Ese mismo verano visita la Expo de Sevilla y su padre la lleva a las Olimpiadas de Barcelona. Una vida grata, coherente con la oleada de optimismo triunfal imperante en la España de la época, también calificable como adolescencia a nivel nacional. Pero los titulares de los principales periódicos españoles que Beatriz inserta en cada una de las entradas de su diario nos hacen ver que la realidad de ahí fuera no es una celebración perpetua. Los festejos se acaban y la adolescencia de Beatriz también.
La hemos llegado a conocer muy bien a través de su escritura atrevida y sin pelos en la lengua, pero nos surgen algunas preguntas sobre ella a las que responde en el epílogo con su voz de adulta: ahora es doctora en cine y por su trabajo cobra en euros y no en pesetas, pero su relación con sus diarios de juventud, y por lo tanto con su voz de aquel momento, sigue siendo conflictiva.
«Pero ¿para qué sirven las palabras de una niña de catorce años escritas en un diario? ¿Va a cambiar algo que piense esto? ¿Alguien me escucharía y me tomaría en serio? No. Yo pienso mucho en las historias que me cuentan mis padres y mis abuelos sobre la España de la que venimos, y parece mentira que hayamos avanzado tanto tan rápidamente. Pero hay mucha negatividad y mucho cinismo y creo que todo esto que hemos conseguido se puede ir a la mierda.»