Era el mes de Junio cuando lo vi por vez primera. Jesús estaba solo. Los demás hombres no poseían una forma de caminar como la suya. Me detuve un momento y levanté mi mano en ademán de saludo, que él no contestó ni siquiera mirándome. Esa noche soñé con él, y a la mañana siguiente me contó mi camarera que grité terriblemente entre sueños, y no pude descansar en toda la noche.
La segunda vez que pude verlo fue en Agosto. Su figura irradiaba paz y majestad; parecida a esas estatuas de piedra que se ven en Antioquía y otras ciudades norteñas. En ese momento me atavié con mi mejor traje damasquino para ir a hablarle. ¿Era mi soledad la que me llevó hasta él o fue el perfume de su cuerpo? Cuando hube llegado hasta él, le saludé y le ofrecí compartir mi vino y mi pan.
-Sí, María, pero no ahora.
Pero no ahora, no ahora, así me dijo. En estas palabras había la voz del océano, del huracán y del bosque. Y cuando me las dijo, hablaron simultáneamente la Vida con la Mortandad.
Había sido poseída por todos los hombres sin ser de ninguno.
-Tú tienes muchos amantes, en cambio soy yo el único que te ama.
No lo supe en ese entonces, pero en aquel día mató el atardecer de sus ojos la bestia que vivía en mí. Y por eso me volví una mujer, María, María Magdalena.