Mis pasos resuenan en la galería principal, avanzo solitaria, al ralentí como en los sueños; conos de luz van trazándome el camino. Semejantes a sombreros puntiagudos de suave claridad mortecina, gigantes que penetran azarosos por los ventanales del Museo del Louvre y me invitan a perseguirlos, como en un juego infantil y antiguo. ¡Señorita, señorita, el museo está cerrado! alguien grita a mis espaldas. Me doy la vuelta y sólo consigo divisar una silueta, la de un hombre alto, corpulento. De súbito, el vigilante se ha esfumado. Entonces allí en ese allí que es un poco más allá en el tiempo, doblo a la derecha, penetro en la sala de La Gioconda o La Mona Lisa. Nadie, nadie, susurro. ¿Será verdad que el museo está cerrado? Y entonces, ¿cómo he podido entrar? ¿Cómo he conseguido introducirme en esta sala en penumbras? Museo de anécdotas literarias por el que desfilan multitud de personajes bajo el misterioso influjo de Mújica Láinez, esta rotunda vuelta de tuerca es la demostración del talento narrativo y su extraordinaria capacidad para asombrarnos, convirtiendo a los guardianes de museos en guardianes de palabras.