Todos tienen algo en común que les permite integrar una misma historia. Pero no una historia cualquiera, puesto que su motor es la idea de Dios. Cuando un sistema filosófico interacciona con esta idea fontal, entra necesariamente en un proceso imparable de reordenación de sus elementos, hasta lograr de nuevo su equilibrio: en unos casos, afirmando a Dios, en otros, negándolo, y en otros, como silencio o indiferencia. Teología y filosofía siempre se necesitan para ser.