Laura Spencer había apostado su propio cuerpo a que el magnate Jackson Hawk no lograba hacerse con su hotel de Nueva Orleans. Si no conseguía reunir quince millones de dólares en treinta días, Laura quedaría a merced de Jack? y en sus brazos. Lo que no sabía era si el empresario había aceptado esa apuesta porque la deseaba? o porque, si ganaba, sabría que nadie más la tendría.