Una década más tarde publica Un yanqui por Europa camino a Tierra Santa como el resultado de un viaje de placer. en un gran vapor con banderas desplegadas y estrepitosos cañones, (disfrutando) de principescas vacaciones en el océano, en lejanas latitudes y en tierras famosas dentro de la historia. Navegarían varios meses seguidos por el tempestuoso Atlántico y el soleado Mediterráneo para terminar codeándose con nobles y sostendrían amistosas charlas con reyes y príncipes, Grandes Mogoles y soberanos ungidos de poderosos imperios.
Y aunque entonces esas latitudes y tierras eran tan lejanas, ni ahora por descontado, aquellas amistosas (y literarias) charlas siguen siendo discusiones económicas sobre las compras que hacían y hacemos los viajeros. Y Mark Twain disfruta (y nos lo transmite) mezclando con ironía, sagacidad y malicia los tópicos que muchos viajeros manejaban y continuamos manejando cuando recorremos tierras lejanas; y al describir su libro carente de gravedad y hondura que tenían los libros del último tercio del siglo pasado, lo sitúa en otra naturaleza: la de la buena literatura, la que perdura, la atractiva.