Todo eso cambió cuando conoció a Ava y Swift Havilland, una pareja de filántropos ricos y carismáticos, locamente enamorados y grandes defensores de los animales. Los Havilland se convirtieron rápidamente en el centro de la existencia de Helen, que no solo comenzó a trabajar para ellos sino que se sumó a su círculo de amistades: vestía la ropa que desechaba Ava, entretenía a la pareja con sus anécdotas de citas desastrosas, catalogaba su colección de arte y compartía con ellos comidas y confidencias cada vez más íntimas.
Entonces conoció a Elliot, un contable de vida apacible y rutinaria al que los Havilland tacharon de aburrido. Pese a que empezaba a enamorarse de él, la desaprobación de sus amigos hizo dudar a Helen de sus sentimientos. Tenía muy presente lo que los Havilland habían hecho por ella y su hijo. Ollie había caído bajo el embrujo de Swift: el niño solitario idolatraba a aquel hombre colosal que lo trataba como a un hijo. Y Swift le había prometido a Helen los servicios de su abogado para ayudarla a recuperar la custodia del niño. Entonces sobrevino la tragedia: Ollie presenció un accidente de consecuencias fatales en la casa que los Havilland tenían en el lago Tahoe. Ahora, Helen y él habrían de pagar por la generosidad de sus nuevos amigos. O arriesgarse a asumir las consecuencias.