(?) Estamos ante una tragedia clásica al revés. Los fragmentos recitados y cantados parecen restos, fragmentos, residuos, esparcidos y reunidos al azar, como la armonía invisible de Heráclito: textos incomprensibles y relatos incoherentes. Y sin embargo, por el espesor de las repeticiones y resonancias en la trama textual, cobran sentido.(?) Rijnders parece decir: todo es desinterés. Este no es un teatro de la amenaza; por el contrario, es un teatro que retomando la tradición de la tragedia ática, derrama una mirada melancólica sobre el mundo. Nos devuelve en el espejo de la representación un mundo de Narcisos; nadie espera cambiar nada, nadie se enfrenta a la abulia. Más allá estallan bombas, pero el lecho barroso es siempre un lugar de comodidad donde hacer oídos sordos. ¿Qué auxilio se puede esperar? Todo pedido de afuera es desoído, toda emoción banalizada. La acción ha sido desterrada de la escena. No es que no suceda en otra parte, es que el coro no quiere oírla, mucho menos asistir y participar, en el sentido griego, de esta tragedia. Soledad González