Las bibliotecas nos definen a sus dueños y los libros, como en los estratos geológicos de un yacimiento arqueológico, permiten ir desenterrando los restos de todos nuestros particulares naufragios. Pero, sobre todo, los libros poseen una sorprendente capacidad colonizadora y como un ejército victorioso ganan los altillos, los aparadores o las cestas de mimbre donde duermen los gatos. Podremos deshacernos de muchos, pero hay libros indispensables que nos obligan a poseerlos, a conservarlos para hojearlos de vez en cuando, tocarlos, apretarlos bajo el brazo, de los que es imposible desprenderse porque contienen fragmentos del mapa del tesoro.
Tocar los libros es, afirma Jesús Marchamalo, «de entre los míos, uno de mis libros preferidos y probablemente el que más tiene que ver conmigo, y con mi mundo de autores, lecturas e historias. Y en la medida en que todos los libros de algún modo lo son, seguramente el más autobiográfico».
De Tocar los libros se ha dicho: «pasión lectora», Javier Celaya; «una feliz elegía», Joaquín Rodríguez; «un libro que se disfruta siempre», Javier Goñi; «el fetichismo del libro», José Manuel Lucía Megías; «un libro delicioso», Estrella de Diego; «destila sabiduría», Fernando Sánchez Dragó; «la obra de un bibliópata», Luis Alberto de Cuenca; «una reflexión de cámara», Ernesto Ayala-Dip; «una obra cargada de humor», Sergio C. Fanjul.