Argumento de Tenue Armamento
Como es bien sabido, cuando uno empieza a analizar sus propios escritos emprende un camino que puede llevar a la locura. Baste decir, por tanto, que en el florilegio de este pequeño volumen reúno algunos de mis textos de no ficción; una serie de migajas que se me han ido cayendo a mi pesar entre la escritura de libros, proyectos y peticiones amistosas; piezas condenadas a una muerte instantánea, dichas en voz alta y escuchadas una sola vez, como la proclama; piezas anfitrionas que sufren también propensión al desvanecimiento, como las presentaciones literarias (ese género galante en el que según Iwasaki unos disfrutan introduciendo y otros al ser introducidos) para decir de un autor o de su obra; piezas a las que se les otorga algún cobijo impreso, como los prólogos, los epílogos (esos ejercicios impecables de cobardía), las reseñas, las entradas de blog, las poéticas, los comentarios críticos o las cartas. Baste decir que tuve presente ese afilado axioma de Proust («Una obra en la que hay teorías es como un objeto en el que se deja puesta la etiqueta») y que esta ecléctica miscelánea de papeles menores unos conocidos, otros difíciles de encontrar o simplemente inéditos se limita a dibujar una nada intencionada poética, la efímera sombra de la escritura, del juego de crear; materializa sin querer un corpus de motivos, entusiasmos, obsesiones y encargos, vestigios de la fiebre del letraherido; tiende puentes a un territorio particular donde las fronteras se borran, a un gabinete de curiosidades, las del mismo autor. Baste decir, usando la terminología de nuestro académico y patafísico de espíritu Antonio Sánchez Trigueros, que acaso lo que extiendo ahora en el mostrador de estas hojas no sea más que mi propia bisutería literaria o mi manuario de escoria.1