La esperanza nos salva; pero no una esperanza cualquiera basada en algunos de los múltiples iconos modernos, sino la esperanza en la acción de Dios, en su amor, en la cercanía de Dios con cada uno de nosotros. Esperanza que extraemos de la oración y que nos lleva a afrontar el sufrimiento y todas las dificultades opresoras de la vida, uniéndonos a la Cruz de Jesús, fundamento de la esperanza en la Iglesia y para los que tenemos la suerte de pertenecer a ella.