Atrapado en Oxford por el estallido de la guerra, pero sin verse implicado en ella dada su ciudadanía española, Santayana pasea, lee a Dickens y medita sobre Inglaterra, el mundo y sus ilusiones. Teje así un impresionante tapiz donde se entrecruzan referencias a España y Alemania, a la muerte y a la posible revolución. Con su característica escritura a varias voces, Santayana desvela a la vez el carácter británico y su propio hombre interior en un libro intemporal. El tono de estos Soliloquios lo indica el mismo Santayana en el prólogo cuando afirma que él sería el primero «en detestar su palabrería si no fuera por cierta felicidad espiritual que parece alentarlos y redimir su irrelevancia».