Mara Lea Brown en su infancia vino a vivir a un pueblo costero de Andalucía cuando el duende, ese testarudo espíritu flamenco, salía airoso de la batalla contra el folklorismo franquista y comenzaba otra contra el guirigay flamenquista que se preparaba para la ola de turistas sedientos para conocer nuestras raíces. No se sabe cuándo ni cómo se vio asaltada por el duende que la llevó a contorsionarse por los tablaos, pero desde entonces no ha podido desasirse de él. Tanto es así que ahora el duende, en su actual lucha por sobrevivir los nuevos cambios que arrasan su tierra, se ha servido de ella como médium para desvelar un fragmento de su propia historia, que es la historia del flamenco. Soleá narra la vida cotidiana de un pueblo en el que el duende se desenvolvía como dueño y señor de las almas que lo llamaban para celebrar memorables juergas espontáneas. Pero el tiempo pasa, y muchos de los que antes se dejaban llevar por el frenesí, ahora se pasan el día planeando alguna coreografía hasta el más mínimo movimiento del dedo meñique de la mano izquierda. Otros, simplemente no bailan, no cantan, no tocan, agobiados por sus responsabilidades diarias, sus horarios y el dinero. El duende no tiene paciencia para esas cosas. Empieza a temer que su Toni, una de las últimas que lo ha sabido llamar, no volverá a bailar, y si quiere sobrevivir, tendrá que encontrar a alguien que lo vuelva a dejar expresarse.