En la región de las raíces del alma y de la libertad, en el «fondo del ser» según expresión feliz de Tauler, la identidad del yo encuentra su auténtico suelo nutricio y su refugio unificante. Allí se retira el hombre cuando su yo se ha distraído demasiado. Dicho fondo, fundamento y «hondón del alma», «castillo interior», constituye la obra primigenia de Dios, un espacio donde la gracia divina y la libertad humana actúan al unísono. Allí, de manera misteriosa, se mezcla la individualidad propia y la de los demás con la inhabitación creadora, revelante y salvífica del Espíritu de Dios.
Tauler, junto a los grandes maestros espirituales de la tradición renana, lleva su reflexión hasta estas claridades excesivas de nosotros mismos, que deslumbran los ojos demasiado acostumbrados a la superficie del mundo, y nos traslada al Centro de la realidad.
Por si fuera poco, su impronta ha perdurado en los siglos posteriores, siendo Lutero, Ignacio de Loyola y Teresa de Ávila tres buenos ejemplos de su fecundidad.