Para ello, en primer lugar, propone establecer una nueva forma de comunicación con uno mismo y con los demás; el adulto que ha sufrido maltrato en su infancia, «en lugar de compadecer a los padres, comprenderlos y culparse a sí mismo..., ha de ponerse del lado del niño maltratado que una vez fue». De esta forma, la autora se introduce en un territorio no hollado hasta el momento, pues, en su opinión, nadie ha explorado la cuestión de lo que un niño siente cuando sufre maltrato, ni tampoco los efectos que la represión de estos sentimientos producen en la vida del adulto y en todo el entramado social.