A Eduardo le gusta recorrer en moto la playa de Llas hasta el bar de su padre. Una noche, en uno de esos paseos, advierte una figura negra que surge sobre las olas del mar. ¡Alguien está haciendo surf! Desde entonces, todas las noches, los jóvenes y los clientes de la taberna contemplan atónitos la misma escena; y la indignación de los pescadores aumenta hasta alcanzar límites insospechados, pues los delfines que llegan a la costa atraídos por el surfista desconocido se comen la pesca.