Aquí tienen ustedes, pues, enmascarada como en la butaca más oscura de la última fila de un cine, toda una identidad. No se trata sólo de una identidad testimonial, ni mucho menos de un relato costumbrista. Curiosamente, al contrario de lo que muchos se creen, en la literatura lo asombroso no es que personajes de ficción parezcan verdaderos, sino justo al contrario: lo maravilloso es que personajes que han sido de verdad den esa sensación de ficticios que ni las fabulaciones pueden conseguir. Así se logra este retablo legendario que es el libro de José Angel Barrueco, en el que lo verdadero acaba siendo el cine y lo mítico está en esos personajes laterales (porteros, taquilleros, clientes) que existieron peor en la realidad de la infancia del narrador que ahora, en el bullebulle de estas memorias amasadas con una mirada neutra, no exenta de cierta piedad...
Tomás Sánchez Santiago