Vivimos en un período de crecimiento, y sin embargo, por un lado, producimos cada vez más riquezas, puesto que nuestro PIB aumenta sin cesar; por otro, el número de pobres no disminuye, el trabajo se hace precario, los salarios se congelan, el medio ambiente se degrada y las tensiones sociales con la inseguridad parecen agravarse. ¿Por qué se da este desequilibrio entre la realidad que nosotros percibimos y nuestros principales termómetros económicos, en especial el PIB y el sacrosanto crecimiento? Porque nuestra evaluación de la riqueza, fundada únicamente en base a los indicadores monetarios no tiene en cuenta ni el ámbito social ni el ambiental.
Por tanto, cambiando la percepción de la riqueza, de la economía, podríamos encontrar formas de acción más adecuadas para salir de la sociedad del mercado en la que nosotros vivimos, y que encuentra su consagración en la mundialización liberal. Se trata de superar la sociedad de mercado porque nosotros debemos ser los actores de la realidad, repensando las estrategias del desarrollo local y las políticas de inclusión social con otros indicadores más humanos, justos y solidarios.