Edición a cargo de Dominique Séglard. La figura del intelectual europeo parece atrapada entre la melancolía y la utopía. Se refugia en la primera cuando, las más de las veces, el impulso que siente de mejorar el mundo colisiona con su escasa influencia sobre el poder real. Y cuando logra que el poder le escuche, la distancia entre su conocimiento y la vida práctica le empuja a proponer un mundo imaginario que no suele tardar en corromperse. Su tragedia es que las circunstancias le fuerzan a escoger entre el anonimato estéril y la deriva impositiva. Pero el intelectual es también el hombre capaz de poner en duda la validez de sus propios presupuestos.