La poesía no siempre nace de un único propósito. De hecho, me atrevería a señalar que hay una profunda ignorancia en el origen del poema. Nosotros contamos con la intuición, algo nos provoca y encuentra la soledad oportuna para escribir. Tal vez, en ello reside la magia del género, moverse por el verso como auténticos sorprendidos, y dejar al lector con la sorpresa y la palabra, con la autoría y la orfandad de un sentimiento que ya no nos pertenece. En Primera estación, los poemas se encontraron porque sí, dejaron ese espacio inaccesible y remoto donde ocurren, para bajarse en un andén, con lo puesto, a su suerte, llamados tan solo por la inquietud lírica, y con el ánimo, quién sabe, de encontrar una afinidad hospitalaria, amiga, una mano que invita a otro vagón, a punto de partir. Por eso, Primera estación, es también un corazón, como el tuyo o el mío, que necesita, aunque no sepamos por qué, eso inconfundible que nos da la poesía.