La trayectoria liríca de Herrera comienza ligada a grupos poéticos de Perú, a principios de los años setenta. Pronto se distancia de ellos y a partir de su segundo libro encamina su búsqueda poética bajo la advocación de Góngora, Martín Adán o Lezama Lima. Impulsado por lo oscuro y lo oculto, su poesía explora lo barroco no como ornamentación, sino como el necesario juego de espejos y contrastes mediante el cual expresar la cifra de su pasión erótica y poética. Imaginación, sueño y memoria, herencia de Vallejo y de la gran tradición surrealista peruana, apuntan al centro de lo real, a esa realidad que sólo se descubre en el poema como artefacto verbal. Así, estos poemas incorregibles nos hablan de esa voluntad de dar forma al sueño poético mediante el contraste de tonos y el destello de ecos diversos, la asociación libre de imágenes y la concatenación inesperada de vocablos, y la estructura eminentemente verbal y autosuficiente de cada poema. Todo lo que, en suma, hace de su autor una de las voces más originales de la poesía hispanoamericana contemporánea.