Para Ángel González, como se lee en el prólogo, Pedro Casariego era «un artista intrigante y misterioso [...] sin par en la literatura española de su tiempo», un escritor cuya «incuestionable originalidad no es algo buscado, sino un hecho que se deriva espontáneamente de una actitud ante la escritura que, en el panorama de la literatura española de finales del siglo xx, no comparte con nadie», un autor que en su afán de secreto no pudo evitar que de una «obra literaria tan insólita como compleja» emanara limpiamente la certeza de lo que real y dolorosamente fue: «ante todo poeta, un espléndido poeta».