Leer y traducir hoy a Emily Dickinson (Amherst, Massachusetts, 1830-1886) requiere deshacer una leyenda que, durante más de un siglo, ha tratado de convertirla en una autora convencional y fácilmente digerible.
Su vida, inseparable de su obra y de una originalidad poco común, está vinculada íntimamente con Susan Huntington Gilbert (Deerfield, Massachusetts, 1830-1913), que primero fue su amiga y a partir de 1856 también su cuñada, porque en ella encontró inspiración y medida en la escritura.
La relación entre las dos mujeres, que duró desde la adolescencia hasta la muerte, desbordó el canon poético masculino del siglo XIX y lo considerado aceptable por su sociedad. Como consecuencia, la poesía de Emily Dickinson fue censurada desde su primera publicación con cortes, tachaduras, retoques y omisiones para cancelar, precisamente, esta relación.
Su independencia de juicio, su libertad, su capacidad de destilar "sentido asombroso de significados corrientes" no pueden leerse sin estremecimiento y sin transformación interior.
Acercarse a su obra y traducirla es una aventura en la que hay que arriesgar, sabiendo que pocas veces se consigue trasladar a la lengua española las varias creaciones que coexisten en cada poema.
Hay una medida y una intención exactas en cada palabra, cada signo, cada corte, cada mayúscula, cada cambio de estrofa y cada pausa. Todo esto se pierde cuando se opta por suavizarla para facilitar la lectura. La escritura femenina de Emily Dickinson nunca es banal, es siempre lengua materna, nunca discurso, y como tal hemos querido leerla y transmitirla