Dice Paul De Man en Visión y ceguera que la modernidad existe en la forma de un deseo de borrar todo lo que vino antes, con la esperanza de llegar a un punto final que pueda ser llamado el verdadero presente, un punto de origen que marque un nuevo punto de partida. Ese punto de partida es también el de este ensayo, en el que Vicente Luis Mora, caminando en la dirección de la mirada del ángel de la Historia (es decir, hacia el pasado), revisa cómo ciertas estructuras de la literatura y el arte modernos han puesto las bases de una concepción del espacio artístico que ha perdurado incluso después de la Posmodernidad y de lo que él llama Pangea, el tiempo digital y acrónico en el que nos encontramos.
Arquitectos y poetas, pintores y filósofos, escultores y narradores comparecen en esta obra, mostrando cómo sus espacios dialogan en una topomaquia incruenta, una batalla de lugares simbólicos en la que el único muerto es el aburrimiento.
Si toda ciudad es un discurso, también toda escritura es una ciudad en sí misma, con sus barrios estructurales, sus pasadizos, sus calles significantes, sus personajes que pululan por ella como historias. La Literatura ya no puede concebirse fuera de la Arquitectura, alejada de las dimensiones urbanísticas en las que cada vez más se desarrollan la mayoría de las relaciones humanas. Leamos el lugar. Localicemos, en fin, la escritura.
El espacio es un algo más sobre la página, una sintaxis que rige la falta de sintaxis, un nuevo orden que puede dar significado a lo escrito, que puede hacer signo el garabato y mensaje el signo.