Lo primero es lo primero, este libro es la prueba concreta que faltaba para concluir que Dios existe. En los tiempos del ninguneo, del no mirarse a los ojos más de dos segundos, del comer como quien echa bencina a un estanque, aparece el poeta, hablando desde la libertad, desde su humor, en un largo café, desde el Samoiedo, aquel mítico lugar de reuniones veraniegas. ¿Solo en una isla puede aparecer un poeta? Recostado sobre el pasto donde la felicidad emerge, la serena felicidad versus la felicidad eufórica. ¿Cómo no lo vimos antes? Erick Polhammer es un mesías contemporáneo, un guerrero, un niño que dice la verdad. Por algunos momentos me arrodillé y recé: "Perdona por no haberte visto antes...". ¿Fue tan evidente, pero tenías que elegir a un loco? (Una voz estrenduosa respondió:) No os confundáis... "él es el poeta". ¿Qué diferencia al loco del poeta? (pregunté). La voz sentenció: "El loco llega tan lejos como el poeta, solo que el loco no recuerda lo que vio, Erick sí". Dino es el Platón de Sócrates, quien dialoga como una apología del maestro, del maestro incógnito. ¿Y si Erick fuera invitado a dirigir la Patria? No me cabe duda de que aparecería desnudo frente a todos diciendo: "Aquí me tenéis, ¿a qué le teméis?... ¡Fariseos!". Erick es un boxeador. Dino, desde la esquina, lo dirige, aunque sabe que Erick pelea solo. Esa es la gracia de Dino: lo deja. Y concluyó la voz: "Erick, el sereno poeta feliz...". Alabado seas... El libro es de lectura veloz, un bálsamo para los despeinados grasos, un aire fresco en medio del hollín: hay más invitados a ese café y te agradezco por ponerme la silla. Felipe Izquierdo