Una cápsula ovoide se precipita desde el espacio sobre la fría superficie helada del planeta Heraclio convirtiendo el hielo solido en mar. Pasados más de un centenar de días el objeto se abrió en una playa desértica y sin vida. De su interior brotó un ser humano, sobre su pecho un ancho y grueso medallón, formado por un pentáculo ribeteado por diminutas gemas. Su frente ceñida por una diadema dorada, y dentro de ella un complicado sistema de plaquetas con microsensores que enviaban información a la mente de aquel hombre.