En la pantalla del televisor, en uno de esos extraños canales, apareció, ante su asombro, una mujer de unos cincuenta años que podía ser su mejor amiga o la vecina del quinto, ni muy guapa ni muy fea, ni muy delgada ni muy gorda, ni muy exquisita ni muy vulgar. Su voz era cálida y utilizaba frases como «dime, cariño», «veras como todo se arregla» o «que tengas suerte», para finalizar la conversación con un «que Dios te bendiga». A pie de pantalla un número telefónico encabezado por un 806 hizo comprender a Elisa que...