La obsesión en esta colección de cuentos de Julián Isaza es la muerte o, mejor (peor) aun, el acto de morir, de matar, de ser muerto. En ellos mandan los asesinos solitarios y demenciales. De las víctimas sabemos por los fenómenos físicos que ocurren en su cuerpo al impactar el disparo, al recibir el golpe, al consumir el veneno. No hay lugar a la compasión ni a la ternura. Hasta en las pocas historias donde se asoman el amor o el sexo, uno y otro se presentan como armas. Con pocas palabras el autor logra trasladarnos allí como si nos encerrara en un cuarto frío rodeado de carne en canal. Sus cuentos son hijos del cine de Tarantino y Spielberg, de la televisión, de los cómics, de Internet, pero también de las estructuras literarias clásicas. Por eso, al mismo tiempo, concurren en ellos las onomatopeyas (arrghhh, plop, plac, bang) y los múltiples puntos de vista. Cosas e individuos, que a menudo son lo mismo, flotan en un mundo extraño y casi etéreo, irreal. Creación pu...