"...A finales de los años cuarenta, la alegría de seguir vivo tras la cruel contienda fratricida, y la voluntad de olvido, no dejaban tiempo a los padres para considerar si sus hijos tenían ""traumas infantiles""... ...Madurábamos un poco a nuestro aire, entre los mayores, escuchando sus conversaciones, oyendo lo que no debíamos y tratando de digerir a nuestra manera las ""taras"" que ellos arrastraban... En este trabajo de introspección la autora trata de encontrase a sí misma en este revoltijo de recuerdos infantiles en los que se mezcla la simplicidad de la vida rural, un poco naïf con posos de tragedia, de costumbres incomprensibles para el nuevo siglo en el que los chavales no conciben la vida sin playstatión, teléfonos móviles, ordenadores etc. Es una galería de personajes ásperos, rudos, ingénuos o tiernos que conviven sin ningún problema con unos niños de ciudad que se adaptan al ambiente con fervor de conversos."