Ella era la hermana pequeña de su mejor amigo, amante del amarillo y que creaba su propio cielo de constelaciones inventadas. Él era el rebelde de la cazadora de cuero que dibujaba a bolígrafo aquello que le revolvía el pecho. Juntos, quemaron etapas, construyeron recuerdos y se echaron mucho de menos, incluso cuando la única barrera que tenían que salvar era la distancia entre sus bocas.
Ahora, Julieta y Marco son solo dos extraños destinados a encontrarse en las calles de Salamanca para averiguar si las canciones antiguas nunca mueren y el faro de Trafalgar les espera con un nuevo atardecer.
Pasado.
Presente...
Un juramento, un reloj de arena con el secreto del tiempo y la esperanza de que «siempre» puede estar escondido entre los acordes de La chica de ayer.