Sobre Marilyn Monroe se ha escrito mucho, tal vez demasiado; de hecho, apenas queda un rincón de su vida, su cuerpo o su muerte que no haya sido escrutado con lupas que mezclaban la admiración estupefacta con la falta de escrúpulos, la piedad con el bisturí inmisericorde. Esa montaña de papel es el pedestal de la figura mítica, pero también la losa que apaga la voz de un ser humano oscurecido por los focos. Esta obra es esa voz, o al menos todo lo que de ella nos ha quedado.
Ben Hecht, autor de relatos memorables y uno de los más grandes guionistas que ha dado Hollywood (aunque éste es un título que nunca quiso ostentar), fue todo oídos en 1954 para añadir puntuación y sintaxis a los recuerdos que la actriz iba desgranando desde el lado opuesto de una mesa. Esa delicadísima operación dio como resultado una obra maestra de la literatura fantasmal que conserva casi mágicamente el aroma y el sabor, la gracia y la melancolía, el ingenio y la ingenuidad de unas palabras nunca después repetidas. Porque aquí habla Norma Jeane, la niña que deambulaba entre orfanatos y adopciones, la muchacha que salió de una fábrica para vivir (como tantas otras) sueños de celuloide, la hembra que dejaba a su espalda un reguero de miradas lascivas. Y también habla Marilyn Monroe, la mujer que se abrió paso hacia una cumbre inesperada apartando a los tiburones del camino. Aquí percibimos su chispa, su inteligencia e incluso un eco verbal de su irresistible vibración erótica.
La pequeña odisea de este libro es tan fantasmagórica como su origen: por motivos jamás aclarados, el manuscrito dormitó en silencio y en lugar ignoto hasta 1974, cuando Milton Greene (fotógrafo de cabecera e íntimo amigo de Marilyn) decidió exhumarlo de sus cajones para publicar una primera versión donde no se consignaba la autoría de Hecht. Habrían de pasar treinta años más para que ésta fuese reconocida en una nueva edición, ésta ilustrada con 46 fotografías procedentes del archivo donde Greene custodiaba su «material más exclusivo». Nuestra edición incluye esas nuevas imágenes y recupera la espléndida traducción al castellano realizada en 1975 por Marta Pesarrodona.