Como crítica de arte conocí a Rosa Yagüe en primer lugar, como artista. Admiré su pintura, sus dibujos, grabados y sugerentes collages e instalaciones. Fue en los 90, primero, en la exposición que hizo en una galería de arte y, más adelante, en otra exposición institucional que llevó a cabo en homenaje a la poeta Gloria Fuertes, buena amiga suya. Después mantuvimos cierta correspondencia y algunos contactos en los que fui conociendo a la autora como una creadora versátil, también en el campo de la música y la escritura. Le oí cantar, interpretar, recitar y poner música a determinados poemas que leía y que, particularmente le interesaban. Un día la pintora me leyó sus primeros haikus, composición poética que en Japón es clave de su lírica. Estrofa marcada por el ritmo de 5-7-5 sílabas, que se fue introduciendo paulatinamente en la poesía occidental en la centuria pasada. La primera escritora española que publicó haikus fue Ernestina de Champourcín, poetisa de la generación del 27, esposa de Juan José Domenchina, otro poeta de la misma Generación. Más adelante, María Huidobro también publicó con éxito diversos libros de haikus. Me gustaron los haikus de Rosa Yagüe, me sonaron bien. Tenían reflexiones hermosas y sonoridad apreciable. También música. La autora tiene capacidad de metáfora para revestir la realidad amorosa en una transposición literaria, tomando imágenes de la naturaleza y la vida. Sus haikus tienen la singularidad de que tienden al amor y a la rima como música y ritmo.