Un repaso a estos dos últimos siglos pone de manifiesto que, a pesar de la independencia política y de la separación del océano Atlántico, México y España han afrontado retos similares desde su nacimiento como tales Estados-nación: la intensa influencia de la cultura católica, la presión de una potencia vecina expansionista, las dificultades de modernización social y política, la extensión de las redes clientelares, el peso del militarismo, etc. Sin embargo, México y España propusieron órdenes políticos formalmente distintos, en los que sobresale el carácter monárquico de la España liberal, el componente territorial centralista y la confesionalidad del Estado. México, por su parte, a semejanza de la mayoría de los países hispanoamericanos, optó por la República, el federalismo y la secularización del Estado. Más allá de estos elementos distintivos y de enfrentarse a los retos de la modernidad con condicionantes territoriales, sociales y económicos diferentes, México y España mostraron cómo, desde el pasado común compartido de la monarquía católica, siguieron manteniendo, aunque a veces no exentos de tensión, lazos de hermandad que apuntan a una cultura e historia compartida.