La misión del Padre Germán en su última existencia fue la Misión más hermosa que puede tener el hombre en la tierra; y como cuando el espíritu deja su carnal envoltura, sigue sintiendo en el espacio lo mismo que sentía en la tierra, él sintió, al verse libre de sus enemigos, la misma necesidad de amar y de instruir a sus semejantes, y buscó todos los medios para llevar a cabo sus nobilísimos deseos.
El Padre Germán recogió a muchas ovejas descarriadas, guiándolas solícito por el estrecho camino de la verdadera religión; que no es otra cosa que hacer el bien por el bien mismo, amando al bueno porque por sus excepcionales virtudes merece ser tiernamente amado, y amando al delincuente, porque es un enfermo del alma en estado gravísimo, que sólo con amor puede curarse.
Sus Memorias no guardan orden perfecto en la relación de los acontecimientos de su vida; tan pronto relata episodios de su juventud (verdaderamente dramátcicos) como se lamenta de su abandono en la ancianidad; pero en todo cuanto dice hay tanto sentimiento, tanta religiosidad, tnato amor a Dios, tan profunda admiración a sus eternas leyes, tan inmensa adoración a la naturaleza, que leyendo los fragmentos de sus Memorias, el alma más atribulada se consuela, el espíritu más escéptico reflexiona, el hombre más criminal se conmueve, y todos a su manera buscan a Dios, convencidos de que Dios existe en las inmensidades de los cielos.