Nadie negará que en un cine como el de Woody Allen, donde los personajes no paran de hablar, se interrumpen y se atropellan con asombrosa espontaneidad, la lectura del guión siempre resulta gozosamente enriquecedora, no sólo para cinéfilos y entusiastas, sino también para el lector común, que puede leer el filme como si de una narración dialogada se tratara y sorprenderse con la sinceridad y el humor de su autor.