Argumento de Madrid-moscú
En los años veinte y treinta del siglo pasado, fueron muchos los escritores, periodistas y políticos españoles los que emprendieron las que Ernesto Giménez Caballero denominó «romerías a Rusia». La nueva Unión Soviética, la «inédita construcción del paraíso socialista sobre las ruinas del más vetusto de los regímenes», en palabras de José Carlos Mainer, atraía a aquellos viajeros fascinados por el triunfo de la tecnología y la industria.
Ramón J. Sender fue uno de aquellos viajeros: en 1933, invitado por la Internacional Comunista Komintern, visitó la URSS, un país que llevaba a cuestas un largo proceso revolucionario, iniciado en 1905, que no interrumpieron ni la catastrófica intervención rusa en la Gran Guerra ni la sangrienta guerra civil. Tras la muerte de Lenin, Stalin asumiría en 1924 la jefatura del Estado y presidiría la hegemonía del Partido soviético sobre todos los partidos «hermanos» de otras naciones. Sender visitará y dará cuenta de la mayor obsesión del régimen estalinista, la industrialización, que en pocos años consiguió duplicar la producción del carbón y triplicar la de acero. Pero el faro de la humanidad también ocultaba sombras a las que Sender no fue ajeno, dando noticias de los errores de planificación, las pésimas cosechas, las requisas indiscriminadas de grano o la matanza de miles de ucranianos.
Las crónicas de viaje de Sender, publicadas en La Libertad entre el 27 de mayo y el 13 de octubre de 1933, fueron la base del libro que, con modificaciones y ampliaciones posteriores, publicó la editorial Pueyo en 1934. Con una calculada mezcla de impasibilidad y desparpajo, de curiosidad abierta a los hechos y de dogmatismo en sus presupuestos, en sus crónicas Sender se inventaba un comunismo alejado de la realidad del primer estalinismo. Más allá de sus cegueras y sus legítimas esperanzas, estas febriles páginas son una inmersión de primer orden en la cenagosa historia del siglo xx.0