Estimado lector. Soy el narrador de esta historia. Soy ese soplo divino de vida que, por un corto espacio de tiempo, había habitado entre vosotros, terrícolas, pero que la fatalidad del destino acabó separándome de mi madre irremediablemente. Esto aconteció cual relámpago que cruza el horizonte de norte a sur en un abrir y cerrar de ojos. Pero permíteme que me reserve el privilegio de llamarme Marisol; ese bonito nombre que mis padres me impusieron antes de que yo naciera. Y ahora que mi querida madre, Edurne, se encuentra bajo una profunda depresión después de haber pasado por ese ignominioso proceso durante el cual mi tierno cuerpecito fue arrancado de su vientre, no puedo menos sino convertirme en el bálsamo que suavice sus sufrimientos. Ella me añora y me quiere; yo sigo siendo su pequeña Marisol. Un día, tras un incontrolable arrebato de pasión maternal, se internó en las aguas de un pantano donde, obsesionada, creía verme de la mano de su abuelo Julen. Intenté apartarla del peligro pero fue un esfuerzo baldío; ella seguía y seguía a la suya? Sabía lo que quería? Sabía lo que le esperaba? Y a partir de aquí, querido lector, como narrador de esta historia que acabo de relatarle, ya sólo me queda la prerrogativa de emplazarte a pensar, a meditar y a extraer tus propias conclusiones.