Cuentan los ancianos que hace mucho, mucho tiempo, cuando el mundo se estremecía por temor al inminente fin del milenio, un forastero llegó a las brumosas tierras de Irlanda con una misteriosa misión. Dicen que ese hombre, un monje atormentado y valeroso llamado Brian de Liébana, huía de unos malvados caballeros de tez pálida y alma oscura, cuyo nombre nadie osa pronunciar en voz alta sin santiguarse.
Los más viejos afirman que Brian y sus compañeros, sabios religiosos venidos de todo el continente, se atrevieron a reconstruir el monasterio de San Columbano, antaño escenario de una cruel matanza. Y aunque algunos juran que profanar esas ruinas supuso el inicio de todas las desgracias, otros opinan que fue la presencia intramuros de una hermosa mujer celta lo que desató la ira de Dios.
Pero si hay algo que nadie niega en esa isla de cielo gris y abruptas costas es que la muerte consiguió traspasar los muros del monasterio y extenderse por los senderos del bosque cual preludio del apocalipsis. Que una mano asesina, certera e impía, se cobró la vida de muchos inocentes, y que, durante largos meses, druidas y monjes, nobles y plebeyos vivieron atrapados bajo un denso manto de miedo y de sospechas.
Ésa es la leyenda dejad que os cuente ahora la verdadera historia.