En La última batalla apreciamos a seres librados a un mundo extraño del que saben nunca formarán parte, como partículas recorriendo el infinito vacío de la existencia sin posibilidad de otro hallazgo que la conciencia de que toda nuestra vida nos conduce lenta, inexorablemente, a la muerte, al olvido, al sinsentido no como la actualización de un carnaval sino como como ausencia de propósito, de dirección. Pablo de la Flor transita con igual pulso a través de personajes marginales y desposeídos como de oficinistas y burócratas o mujeres que se rebelan contra un mundo que no se decide a cambiar, los mismos que, el autor nos lo hace entender, no son tan diferentes después de todo pues los emparenta la condición solitaria que toda existencia conlleva. Pero no todo es trágico en este aparente devenir sin posibilidad de cambio que nos propone La última batalla de Pablo de la Flor, y es que la preeminencia del momento límite supone, para quien quiera verlo, el instante pleno por el que toda una vida de goce o sufrimiento adquiere sentido, la razón de que nuestro tránsito por este mundo no fue en vano.