G. no para de hablar contando su vida y otras ficciones. Josef no deja de tomar notas y finalmente hace lo que Juan Rulfo hizo (o dice que hizo) con las historias que le contaba el tío Ceferino. El resultado: La tentación de las palabras.
La simbiosis (llamémoslo así) entre el autor y su personaje llega hasta el punto de que, en ocasiones, y no pocas, los papeles se invierten. Las tres primeras personas del singular alternan como punto vista del narrador. Solo falta el lector cómplice para cerrar el círculo y completar la trinidad.
G, pasea por el pasado y sueña tanto dormido como despierto.
Ésta vez G va en serio, su hasta ahora viaje tiene un destino, el mar.