«La Verdad es siempre revolucionaria, según dicen; incluida la verdad meteorológica». Y así, por una casualidad, y a causa de un cadáver tendido sobre la acera recién lavada por la lluvia de un Palermo otoñal, Lorenzo La Marca se ve empujado a investigar un caso de homicidio en el milieu anticuario de la capital siciliana. Pero ya sabemos que él tiene su propio tempo: deambula por los sinuosos callejones de la ciudad árabe y por las avenidas arboladas de Mondello, pone un disco de Chet Baker, vuelve a ver un película de Bergman, toma un aperitivo en su terraza contemplando el atardecer sobre el mar de tejados y cúpulas... Y únicamente entonces, como la evanescente y compleja arquitectura de un solo de trompeta, la trama va perfilándose en el aire.
Melodías, largometrajes, citas literarias... modernas mitologías y viejos anhelos con los que ese biólogo de profesión, detective por casualidad y dandi por naturaleza que es La Marca homenajea a los clásicos del género negro de la mejor de las maneras: viviéndolos como una novela.