PRELUDIO
El aire está encalmado; los perfumes del vecino parque de María Luisa y de los jardines de Murillo embalsaman el ambiente; el sol ha alcanzado la altura del cenit, único observatorio adecuado para curiosear las tortuosas calles del sevillano laberinto; un respetuoso silencio se enseñorea de la ciudad; los coches no circulan, los tranvías se detienen con muda reverencia antes de llegar al corazón de su recorrido.
La mujer andaluza, recogida durante todo el año tras las floridas rejas de sus ventanas, ha abandonado por breves horas su retiro monacal, y se exhibe majestuosamente, como gallardo objeto de desusada contemplación; sirve de imperial dosel a su africana belleza la mantilla que, prendida por manos de hadas, se vierte desde la altísima peineta sobre los bucles de azabache.
A lo largo de las estrechas vías, dondequiera que una momentánea amplitud lo permite, culebrean interminables hileras de sillas de Victoria. No hay movimiento; no hay ruido; se dijera que Sevilla duerme; sin embargo, una febril actividad se agita en el recóndito misterio de sus templos y de sus hogares; un impalpable nuncio de augusta solemnidad la predice sigilosamente en los oídos de las almas. Pronto se verterá sobre el sinuoso cauce, ya dispuesto, el tránsito magnífico de las sublimes procesiones. Preludio
La plaza de San Francisco
La primera cofradía
La calle de la Sierpes
Una saeta
El Cristo del Gran Poder
La Macarena
Loa Armados
La Cofradía del Silencio
La borrachera y el "fervó"
En la cárcel
Sobre el puente
El alma de Sevilla
FOTOGRAFÍAS E ILUSTRACIONES