Y con esas palabras, me soltó la mano, se acercó a mí despacio, cada vez más cerca, hasta que su rostro, de forma inevitable, se posó frente al mío, el cual no pudo reaccionar, de alguna forma yo deseaba que lo hiciera, que se arrimara a mí, que me tocase, que me acariciase, entonces cerré los ojos y sentí cómo una magia invisible explotaba sobre nosotros, sus labios se posaron en los míos, y debo añadir que fue la sensación más hermosa y maravillosa que había sentido hasta ese momento de mi vida. Fue un sabor cálido, aromático, prohibido, antiguo, magnífico.