Siempre cara me fuiste, yerma cumbre, El gorrión solitario
y esta espesura, que a los ojos roba
tanta parte del último horizonte.
Sentado aquí y mirando, interminables
espacios a lo lejos, sobrehumanos
silencios y una calma profundísima
en el pensar me finjo; y poco falta
para que tiemble el corazón. Y oyendo
silbar el viento entre las frondas, voy
comparando esta voz a aquel silencio
infinito; en lo eterno pienso entonces,
en la muerta estación y en la presente,
viviente y rumorosa. Y así en esta
inmensidad se anega el pensar mío,
y el naufragar me es dulce en este mar.
El infinito
A la luna
La noche del día de fiesta
A su dama
El ocaso de la luna
La retama o la flor del desierto