Según Revelli, el naufragio de la política moderna se explica, ante todo, por su pretensión de extirpar el Mal en términos absolutos. Este objetivo lleva al Estado a convertirse en Leviatán, un Dios secularizado que hace del uso de la violencia y de la concentración del poder «males necesarios» para alcanzar un «buen fin»: la seguridad y el bien común. El siglo xx ha sido testigo del horror al que puede conducir esta concepción de la política. El siglo xxi no ha disipado el peligro. La proliferación de tecnologías destructivas, la mutación antropológica producida por la atomización social y el agravamiento de las desigualdades propician nuevas formas de degradación civilizatoria.
Pero no se está afirma Revelli ante un destino fatal. A la política vertical basada en el dominio y la instrumentalización del otro es posible oponer una política horizontal, construida desde abajo, que permita a la humanidad cooperar y compartir en lugar de aniquilarse.