La imposibilidad de movimientos voluntarios es una de las peores adversidades que puede afrontar el ser humano. La incapacidad de expresión es una frustración tan dolorosa como la imposibilidad de movimientos. ¿Qué pasa si esos dos problemas confluyen en una misma persona remitiéndola de por vida a una Institución Mental? ¿Qué tal si esa persona que no habla ni controla sus movimientos y vive confinado en una Institución Mental no es exactamente un enfermo mental? ¿Y si esa persona incapaz de gobernar su cuerpo y de decir lo que siente, sí tiene una mente plena, un pensamiento lúcido y un poderoso deseo de alzar la voz y salirse de su prisión natural?