Al hilo de sus narraciones y digresiones, John Irving va evocando sus encuentros con «hombres notables» ya sean entrenadores deportivos o profesores de literatura que le han servido de estímulo, y otros más corrientes, como el entonces presidente de Estados Unidos Ronald Reagan. Se recuerda como un adolescente gafe y torpe, incómodo en todas partes menos en el ring de lucha libre, y que, cuando no luchaba, leía a los clásicos, en particular a Dickens. Tras contar historias de ficción, describe, bajo distintas formas, episodios insólitos como el año electoral correspondiente a las campañas de Bush y Clinton, o cómo vendió a la revista Playboy un cuento suyo con un seudónimo femenino. Tampoco faltan los homenajes a sus autores predilectos. Y señala: «Ser escritor es un arduo maridaje entre una observación minuciosa y la imaginación, no menos minuciosa, de las realidades que no has tenido ocasión de ver». Por eso La novia imaginaria es a la vez un gran logro literario y la expresión de un modelo de vida, el mundo según Irving.